24 de marzo de 2008

CUENTO XVII

El tiempo jugaba conmigo otra vez: tanto estar esperando la llegada a Puebla y nada, mas al ver el pinche reloj, la distancia que me parecía eterna había sido recorrida en menos tiempo del que creía. Eso me alegró, pues en verdad pensé que llegaría tarde a mi cita, y nunca se debe llegar tarde cuando se trata de una mujer.
Bárbara lleva por nombre la fémina que tuve el gusto de conocer. Y vaya que le asienta el nombre: ¡está... bárbara, buena, sabrosa; una ricura de mujer! Fue algo casual, incluso diría que hasta cómico, porque mientras todo el maldito mundo hablaba mal de mí y yo los ignoraba, ella se acercó preguntándome el motivo de esos dichos y habladurías. Y como era la última persona que esperaba se me acercara dudé al principio y no supe qué decir. Nada más verla se me turbaban los ojos, es decir, no las palabras adecuadas, al menos no por el sitio correcto. Pero al final de cuentas todo resultó bien, tanto que iba en camino a mi tercera cita con ella, quiero decir cita formal, porque ya muchas veces antes nos habíamos visto para tomar un café.
Todo eso se lo había comentado a una de mis amigas, la llaman Cara de Fuchi, por eso de que siempre anda con una mirada terrible que da miedo, pero es sólo apariencia. No está mal como mujer, de hecho de cuerpo está bien buena. Le agradó la idea de que hablara con Bárbara, es más, hasta me dio tips para intimar más con ella, tanto que incluso me expuso las formas en que le gusta a ella tratar con hombres y mujeres de una manera tan sugestiva... Al fin y al cabo me dijo que también sentía cierta atracción por Bárbara.
Y eso me llevó a pensar en Dolores, otra de mis amigas, que tampoco es fea, y que siempre ha tenido problemas en sus relaciones personales y termina desahogándose conmigo, al grado incluso llegué a pensar que podría haber algo entre nosotros. Pero no, porque conocí a Bárbara y la cosa va que vuela.

Llegué a tiempo para tomar la combi, y el pinche tráfico otra vez. Parece que el Destino no quiere que vea a la despampanante Bárbara. Desesperado, me topé con otra sorpresa: Dolores subió a la misma combi, triste como siempre. Y como bajaba en el mismo lugar que yo, no tuve más remedio que escucharla quejarse durante todo el desgraciado trayecto sobre su último fracaso.
Y el tiempo de mierda jugaba conmigo otra vez. Pues lo que me pareció una hora de trayecto, resultó ser la mitad de ese lapso. Algo de maravilla, pues la primera recomendación de María, la Cara de Fuchi, fue que jamás hiciera esperar a una mujer, más bien debe ser todo lo contrario. Y como tenía período de sobra, continué tranquilizando a Dolores. Se veía muy bien ese día que hasta me daban ganas de besarla, después de todo ya mis brazos la rodeaban con el pretexto de apapacharla.
Entonces llegó Bárbara y… ¡nos vio abrazados! O mejor dicho a mí abrazándola. ¡Gran problema! Pero su reacción fue diferente a lo que esperaba, pues en lugar de ponerse seria o indignada, se sentó junto a mí y me preguntó por ella, ya que notaba su tristeza. Las presenté, continuamos platicando y lo que era una cita para dos terminó por ser una terapia grupal, pues también mi futura vieja sacó a relucir algunos secretillos y pesares. Yo tuve que hacer lo mismo para no quedar mal.
Luego de un rato y unas cervezas ya nadie se sentía mal, sino que reíamos a carcajadas y nos burlábamos de nosotros mismos. Nos despedimos y Bárbara se ofreció a llevar a Dolores a su casa pues vivían por el mismo rumbo, además de que así yo no perdería el camión por ser ya tarde. De vivir yo en la ciudad y en las condiciones que nos encontrábamos, estoy seguro de que los tres hubiéramos terminado en casa de alguno de nosotros y no quiero pensar qué habría sucedido entonces. Se lo comenté a María al siguiente día después de quitarme la cruda.

Volví a citarme con Bárbara, pero nuestras conversaciones cambiaron de tono. Lo mismo ocurrió con mis otras dos amigas.

Días después caminando por las calles del centro, vi de lejos a Dolores y decidí seguirla. De algún modo tenía alguna esperanza de andar con ella si no lograba nada con Bárbara. Y cuál fue mi sorpresa al verla llegar a una banca y besar a… ¡Bárbara!
Me fui decepcionado, me topé con María, le conté todo. Me escuchó con paciencia, me dijo un par de cosas –yo vi otro par- y terminamos saliendo juntos. Hasta el día de hoy lo seguimos haciendo.
Que se mueran de envidia mis amigos, al fin que ellos siguen solteros.