Era la media noche cuando Raquel despertó exaltada y, guardando silencio, escuchó unos pasos que se acercaban. De manera rápida salió de su cama y tomó el arma que tenía en el cajón junto a su cama, se puso en pie y sigilosamente se dirigió a la puerta. Lo primero que hizo al salir de su cuarto fue ir a la habitación de sus hijos para asegurarse de que estuvieran a bien. Entró muy discretamente y al encender la luz… ¡un grito de horror recorrió toda la casa!: en la cama se encontraba Esteban, el mayor de sus dos hijos, totalmente ensangrentado, con sus ropas desgarradas y el cuerpo lleno de surcos. Julio, su otro hijo, no estaba en presente. Raquel notó un rastro de sangre que salía por la ventana y se asomó por ella pensando en su hijo.
La puerta se abrió. Una sombra se acercó a ella. Raquel sólo alcanzó a ver una diminuta silueta antes de ser empujada y caer por la ventana.
Melisa tocó a la puerta. Pasaba por Raquel para ir juntas al trabajo. Se imaginó que al no abrirle Raquel se había ido ya: a su amiga le gustaba la puntualidad para evitar cualquier problema que pudiera suscitarse. Así que decidió marcharse. Después de avanzar algunos pasos oyó al perro aullar, se acercó hasta donde estaba el animal y lo vio amarrado con una gruesa cadena que lo asfixiaba. Una de sus patas estaba herida; al liberarlo se fue cojeando atrás de un arbusto. Melisa lo siguió y pudo ver el cadáver de Raquel que yacía tendido sobre el pasto lleno de sangre. Llamó a la policía.
La casa estaba aislada y los agentes se encontraban haciendo las investigaciones correspondientes. Vecinos y amigos rodeaban el lugar junto a uno que otro curioso. Todos estaban desconcertados por aquel acontecimiento. Por muchos años, San Agustín había sido un pueblo tranquilo y jamás había ocurrido un asesinato, de hecho, sus habitantes siempre han sido amables unos con otros. ¿Qué fue lo que provocó esta acción tan desalmada y quién la llevaría a cabo?, se preguntaban detectives llegados de la capital al analizar a cada una de las personas que mantenían contacto con Raquel. En primer lugar, ella casi no tenía familiares allí, a excepción de su hermana, con la que se llevaba muy bien. Era viuda desde hacía tres años. La familia de Víctor, el que fuera su esposo, la trataba como una más de ellos. Había sido despedida del colegio donde trabajaba por falta de presupuesto y, desde luego, sus actuales compañeros la aceptaban alegremente. Su único problema consistía en ser hiper nerviosa, inconveniente que afectaba su vida cotidiana y el trato con sus hijos.
Los policías ya habían mandado avisos para buscar al niño de cinco años desaparecido desde la noche del asesinato. Se llegó a pensar que había sido secuestrado en venganza a Raquel, pero no encontraban ni el motivo ni la persona que pudiera haberlo hecho. Tras haber tomado un café, los policías comentaron todo lo que sabían sobre las dos muertes y se enfurecían al no encontrar respuesta alguna, pagaron y decidieron continuar con el caso.
Nadie encontraba rastro de Julio, simplemente había desaparecido. La única sospechosa que tuvieron fue la señora Diana que trabajaba con Raquel por las tardes: sólo ella tenía llaves de la casa; además sentía mucho cariño hacia Julio. Pero Diana había sido la más afectada con el suceda después de la hermana de Raquel.
Una llamada telefónica puso a todos los agentes de la policía en camino a la Avenida Emiliana Zapata No. 28. Allí encontraron los cuerpos de Jacqueline, hermana de Raquel, y César, esposo de Jacqueline, destrozados de la misma forma que Esteban. Tampoco hubo rastro del criminal.
Colocaban los cuerpos en la ambulancia para ser trasladados al anfiteatro cuando escucharon el llanto de un niño que les heló la piel. Repuestos del susto inicial y creyendo que se trataba de Julio, los oficiales entraron en la casa para buscar al niño que lloraba, aunque no lograron hallarlo. Mientras examinaban cada rincón de la casa, el llanto fue convirtiéndose en una risa burlesca, esto aumentó el temor de los policías. Luego el silencio envolvió el lugar.
Pasaron los días sin que se pudiese saber algo de Julio. A pesar de dar aviso a otras comunidades, nadie lo encontró. Las cuatro muertes ocurridas en esas largas horas no tenían respuesta ni estaban del todo claras. La policía temía que otras ocurrieran en los próximos días y no sabían que hacer. Ya habían revisado todo en las casas donde los asesinatos fueron cometidos. El lugar ahora estaba vigilado por dos policías desde hacía hora y media sin ninguna alarma.
Los dos custodios de la casa vieron salir de ella a un pequeño. Se trataba de Julio y, en su mano derecha, tenía un cuchillo. Alzó la mirada hacia los policías y señaló la habitación de la que su madre cayera, luego volvió a entrar a toda carrera. Al ingresar en la casa, los oficiales notaron las paredes llenas de sangre. Subieron por la escalera con el barandal astillado y se dirigieron a la habitación clausurada días antes. Al abrir la puerta una luz los encegueció, después vieron una sombra, dieron un grito y cayeron muertos.
Raquel se levantó de su cama alterada, al ver el reloj notó que los números brillantes marcaban las 00:00 horas. El recuerdo de la pesadilla la perturbó aún más. Trató de relajarse pensando que sólo había sido un sueño, creyó que la causa fue la pequeña discusión con sus hijos el día anterior. Al recostarse nuevamente comenzó a escuchar unos pasos que subían por la escalera. Tomó el arma del cajón y muy silenciosamente fue al cuarto de sus hijos. Esteban se encontraba allí, aunque no presentaba marca alguna, pero no tuvo tiempo para cerciorar su estado porque los pasos se acercaban más hacia ella. Nerviosa (su cuerpo temblaba), cogió el arma con la mano derecha y la puso sobre la sien y antes de encender la luz jaló del gatillo. Los pasos se detuvieron al oír el sonido producido por el arma, luego corrieron al lugar. Julio, al ver a su madre muerta, tiró el vaso de agua que llevaba en la mano.
La puerta se abrió. Una sombra se acercó a ella. Raquel sólo alcanzó a ver una diminuta silueta antes de ser empujada y caer por la ventana.
Melisa tocó a la puerta. Pasaba por Raquel para ir juntas al trabajo. Se imaginó que al no abrirle Raquel se había ido ya: a su amiga le gustaba la puntualidad para evitar cualquier problema que pudiera suscitarse. Así que decidió marcharse. Después de avanzar algunos pasos oyó al perro aullar, se acercó hasta donde estaba el animal y lo vio amarrado con una gruesa cadena que lo asfixiaba. Una de sus patas estaba herida; al liberarlo se fue cojeando atrás de un arbusto. Melisa lo siguió y pudo ver el cadáver de Raquel que yacía tendido sobre el pasto lleno de sangre. Llamó a la policía.
La casa estaba aislada y los agentes se encontraban haciendo las investigaciones correspondientes. Vecinos y amigos rodeaban el lugar junto a uno que otro curioso. Todos estaban desconcertados por aquel acontecimiento. Por muchos años, San Agustín había sido un pueblo tranquilo y jamás había ocurrido un asesinato, de hecho, sus habitantes siempre han sido amables unos con otros. ¿Qué fue lo que provocó esta acción tan desalmada y quién la llevaría a cabo?, se preguntaban detectives llegados de la capital al analizar a cada una de las personas que mantenían contacto con Raquel. En primer lugar, ella casi no tenía familiares allí, a excepción de su hermana, con la que se llevaba muy bien. Era viuda desde hacía tres años. La familia de Víctor, el que fuera su esposo, la trataba como una más de ellos. Había sido despedida del colegio donde trabajaba por falta de presupuesto y, desde luego, sus actuales compañeros la aceptaban alegremente. Su único problema consistía en ser hiper nerviosa, inconveniente que afectaba su vida cotidiana y el trato con sus hijos.
Los policías ya habían mandado avisos para buscar al niño de cinco años desaparecido desde la noche del asesinato. Se llegó a pensar que había sido secuestrado en venganza a Raquel, pero no encontraban ni el motivo ni la persona que pudiera haberlo hecho. Tras haber tomado un café, los policías comentaron todo lo que sabían sobre las dos muertes y se enfurecían al no encontrar respuesta alguna, pagaron y decidieron continuar con el caso.
Nadie encontraba rastro de Julio, simplemente había desaparecido. La única sospechosa que tuvieron fue la señora Diana que trabajaba con Raquel por las tardes: sólo ella tenía llaves de la casa; además sentía mucho cariño hacia Julio. Pero Diana había sido la más afectada con el suceda después de la hermana de Raquel.
Una llamada telefónica puso a todos los agentes de la policía en camino a la Avenida Emiliana Zapata No. 28. Allí encontraron los cuerpos de Jacqueline, hermana de Raquel, y César, esposo de Jacqueline, destrozados de la misma forma que Esteban. Tampoco hubo rastro del criminal.
Colocaban los cuerpos en la ambulancia para ser trasladados al anfiteatro cuando escucharon el llanto de un niño que les heló la piel. Repuestos del susto inicial y creyendo que se trataba de Julio, los oficiales entraron en la casa para buscar al niño que lloraba, aunque no lograron hallarlo. Mientras examinaban cada rincón de la casa, el llanto fue convirtiéndose en una risa burlesca, esto aumentó el temor de los policías. Luego el silencio envolvió el lugar.
Pasaron los días sin que se pudiese saber algo de Julio. A pesar de dar aviso a otras comunidades, nadie lo encontró. Las cuatro muertes ocurridas en esas largas horas no tenían respuesta ni estaban del todo claras. La policía temía que otras ocurrieran en los próximos días y no sabían que hacer. Ya habían revisado todo en las casas donde los asesinatos fueron cometidos. El lugar ahora estaba vigilado por dos policías desde hacía hora y media sin ninguna alarma.
Los dos custodios de la casa vieron salir de ella a un pequeño. Se trataba de Julio y, en su mano derecha, tenía un cuchillo. Alzó la mirada hacia los policías y señaló la habitación de la que su madre cayera, luego volvió a entrar a toda carrera. Al ingresar en la casa, los oficiales notaron las paredes llenas de sangre. Subieron por la escalera con el barandal astillado y se dirigieron a la habitación clausurada días antes. Al abrir la puerta una luz los encegueció, después vieron una sombra, dieron un grito y cayeron muertos.
Raquel se levantó de su cama alterada, al ver el reloj notó que los números brillantes marcaban las 00:00 horas. El recuerdo de la pesadilla la perturbó aún más. Trató de relajarse pensando que sólo había sido un sueño, creyó que la causa fue la pequeña discusión con sus hijos el día anterior. Al recostarse nuevamente comenzó a escuchar unos pasos que subían por la escalera. Tomó el arma del cajón y muy silenciosamente fue al cuarto de sus hijos. Esteban se encontraba allí, aunque no presentaba marca alguna, pero no tuvo tiempo para cerciorar su estado porque los pasos se acercaban más hacia ella. Nerviosa (su cuerpo temblaba), cogió el arma con la mano derecha y la puso sobre la sien y antes de encender la luz jaló del gatillo. Los pasos se detuvieron al oír el sonido producido por el arma, luego corrieron al lugar. Julio, al ver a su madre muerta, tiró el vaso de agua que llevaba en la mano.
2 comentarios:
Una historia fuerte, que me hizo voltear varias veces hacia la puerta...
besos
ayy por eso le temo tanto a las siluetas, al final no sabes quién es, o lo sabes tan bien que tratas de alejarte. excelente, sigo pendiente. abrazos!
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