Tu mirada es laberinto de arrecifes
en medio del océano.
Tu voz no es de sirena,
y sin embargo me seduce cuando ríe...
Y detrás de todo ello
las doradas hebras se entrelazan
amarrando mi alma hasta en la muerte:
la Cruz de oro que me mata.
Mi llanto es el Mar que me aprisiona,
que ni Neptuno puede controlar.
Mi mirada es abismo de dolor
que conserva los océanos.
Y a ti se entregan
cuando tímidamente me miras.
Tu rechazo es peor
que mar y cruz juntos.
Pero es mejor morir si puedo hacerlo
ensordecido por tu canto,
atrapado en tus aguas,
perdido en tu laberinto.
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