El bosque vivía a salvo de la presencia humana. Normalmente, las personas solían rodearlo para llegar a la ciudad, aun cuando tuviesen prisa, y, con mayor razón, durante la noche. Lo más cerca que un humano estuvo dentro de él, fue a causa de un accidente, sin embargo, sólo por unos metros. Algunas veces, sobre todo los niños, salían de sus casas para mirar los enormes árboles que se alzaban a poca distancia de ellos; así había sido desde su fundación.
A diferencia de otras ciudades, Aldabia era muy pequeña, pero tenía una característica que la hacía muy peculiar: sus casas no tenía la misma forma de las otras. Éstas eran circulares y hexagonales en sus bases. Además de que las calles trazadas, vistas desde el aire, parecían ser los troncos, ramas y raíces de los árboles. La poca luz que en ellas había durante la noche, le daba un toque antiguo y misterioso, pero era todo lo contrario. No hacía más de cincuenta años que fue fundada. La finalidad de la ciudad era servir como sitio de descanso a los viajeros que se dirigían a la capital.
“El bosque se encontraba hechizado”. Al menos eso decían los habitantes a todo viajero que llegaba. Por las noches se veían sombras vagar sobre él. Algunas ocasiones se aparecían luces y se escuchaba un leve susurro proveniente del centro, como si alguien cantara. Y por si fuera poco, el famoso accidente había sido provocado por una rama tirada, por el mismo árbol que yacía junto, a media carretera. Definitivamente el bosque estaba encantado. Ese árbol capaz de desprenderse de sus propias ramas era la prueba de ello.
Como suele pasar cuando algo raro ocurre, las noticias acerca del bosque llegaron a la capital. Ahí analizaron detenidamente el caso. Revisaron la ubicación geográfica de Aldabia. Investigaron la fecha del accidente, estudiaron los días de aparición de las sombras y luces, con qué frecuencia se hacía, finalmente, enviaron a dos jóvenes investigadores a explorar el lugar. Adrián y Melisa se llamaban.
Sin autorización de nadie, los jóvenes se adentraron al bosque. Estaban decididos a responder todos los enigmas surgidos. Durante tres días avanzaron en el interior del boscaje sin vivir una experiencia anormal. Su afán de encontrar una respuesta les hizo descuidar sus cosas y a ellos mismos. Al cuarto día tuvieron el encuentro esperado por tanto tiempo. No fue lo que creían; víctimas del pánico, corrieron sin rumbo alguno hasta llegar a un claro, justo al centro del bosque. Olvidaron sus cosas en algún lugar. Sin mapa, brújula, alimentos ni nada, Adrián y Melisa murieron sin ser conocidos por alguien de Aldabia. Sólo se encontró su vehículo.
Al entrar al bosque, los compañeros tomaron caminos distintos. Melisa siguió una vereda mientras Adrián atravesaba las pequeñas colinas. En cuanto a la joven, ella alzaba su tienda temprano y despertaba hasta muy entrada la mañana sin preocupación alguna: jamás creyó en la leyenda de ese bosque, pero le interesaba el asunto. Adrián, por su parte, dormía muy tarde y, antes de salir el sol, se encontraba en camino, todo producto del miedo que sentía. Sólo fue allá porque había mucho dinero de por medio. Al mismo tiempo que ella corría espantada por las sombras, Adrián se alejaba de las luces y cantos del bosque hasta que ambos llegaron al claro con diferencia de segundos. Ella quería irse de ahí mientras él no tenía intención de moverse; la situación en la que se encontraban les causó la muerte.
Aldabia fue abandonada dos años después porque nadie quiso seguir cerca de aquel lugar. Mucho tiempo soportaron los “ataques” del bosque, pero éstos no eran suficientes para que la población quedara a merced de la naturaleza. El problema de todo aquello fue un error de medición: Aldabia tuvo que haber sido fundada un par de kilómetros al sur. Con ello se hubieran ahorrado cuatro horas de viaje, no hubieran tenido que soportar al bosque y, sobre todo, los habitantes del poblado hubieran podido ser grandes comerciantes. Tiempo después, el bosque fue quemado por unos bandidos que asaltaron la capital.
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