Te sientas sobre almohadones
con tu ropaje de lino
y los peplos relucientes
aderidos a tu piel.
Te sientas y gozas,
con la alegría de un colibrí,
al vernos perdidos entre hierbas
y basura.
La Luna deslizante entre cortinas
recorre el manto evanescente
para colocarse en medio de la noche
junto al caliz del que bebo,
trago amargo de polutas palabras.
Tu cutis más blanco que el brillo
nocturno de cielo,
más fino que la seda,
delicado y tierno hasta el hartazgo.
Las notas se expanden
por la atmósfera
para las luciérnagas bailarinas.
Un paso, una luz,
intentan atraerte hasta sus alas.
Grandes ojos negros,
más negros que el abismo que nos debora,
van mirando uno a uno
cada atrevimiento y se divierten.
Y estás tú, vestida de verde,
sentada, observando, riéndote
de los idiotas que no te tendrán.
Y estoy yo, oculto detras de las almohadas,
escribiendo cada detalle tuyo...
es lo único que puedo hacer.
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