Salva en la noche la vida,
pierde en el día la razón;
la voz del profeta resuena
en la mente vacía
del ciervo pagano.
Los ritos que pide la fe
destruyen los momentos de juego:
a fuerza de espadas
el séptimo día es venerado.
El hombre humilde
que carece de pan,
ese debe MORIR.
El que cuestiona a la fe
que le quita el dinero,
ese debe MORIR.
Los hombres "malvados",
herejes malditos,
a ellos la muerte aguarda.
Mujeres hermosas
que el recato guardaron
cuando el sacedote pedía
para su salvación las caricias,
ellas deben MORIR.
En la hoguera,
en el árbol,
brujas y herejes,
pilares de gente pagana,
levantan el rostro
al cielo pidiendo perdón...
o preguntan ¿por qué?
Los pastores cuidan su rebaño
saliendo en la noche a matar
fieros lobos.
El rocío de la espada
cubre los campos de fieles.
El Alimento de Fénrir
emerge del mundo de Nídhogg
y muestra en el suelo
los cuerpos maltrechos:
hermanos de todos,
hijos de nadie.
¡Ha muerto el pueblo del Dios!
o fue asesinado por sus dirigentes:
la codicia del hombre
por el oro de Rin
causó la ignominia en la Tierra.
El rey benevolente,
leal a sus subditos,
combate una fe
que le arrebata lo suyo.
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