10 de mayo de 2006

SIN TÍTULO

Al fin libre de los pozos de fuego
me veo buscando un escalón,
y poco a poco voy subiendo
mientras mi alma regresa
a los oscuros calabozos
donde alguna vez mi cuerpo estuvo.

Volteo y no miro aquel infierno.
Mi mente ya no busca nada
porque nada existe entre los cuerpos
para darme otra esperanza.
Mas las llamas necesito,
sin ellas nunca hubiese amado.

Me perdí contando los peldaños,
invisibles, solos, incompletos;
ahora duermo en un túnel.
Pero mi brazo tendido sobre el cielo cae.
Lo siento, no puedo cambiar.
No, he caído para siempre.

Estoy perdido una y otra vez,
perdido en el olvido de las mentes.
Y mi sangre regada, coagulada,
grita los horrores que vivió.
El cuerpo arde por las llagas
puestas ahí por la eternidad.
¿Cómo pasó todo?

No estás; ahora vas, corres.
Lastimas todo alrededor mío,
a mí, mi vida.
¡Provócame hoy!
¡Provócame hasta expulsar el dolor!;
hazme volver alumbrado por una estrella.

Quiero oír tu voz,
puesto que tus manos las he tocado ya,
sentido entre el viento y la brisa,
con el mar que muere conmigo
y la luna apagada en la noche.
¡Oh, tu voz...!

Horas y horas buscando una salida;
el techo se derrumba aplastándome,
me lleva de vuelta al averno
donde provoca lo fino daño altivo;
no recurre a otros papeles, daño vivo.

Pronto vuelan las cenizas
de mi alma calcinada, sin vida,
hasta extrañar cada sentido sin soledad
y encuentre la paz conjunta
con los residuos en abandono mutuo.

¿Habré muerto sólo por deseo,
o he caído por castigo a mis pecados?
No logro mantenerme arriba.
Los escalones de espinas rasgan mi carne.
Ya no hay túnel.

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