20 de febrero de 2007

I

Al renacer me maldijeron,
y la condena fue mil veces peor que el pecado.

II

Destruí una religión y profesé otra,
lo hice todo,
pero nada consiguió mi redención.

Luego injurié a mis captores
mientras renegaba de la nueva fe
que me impusieron.

Mi calma la encontré en el cielo,
de noche,
cuando apartaba la niebla de mis ojos.

III

Entonces vi el decaimiento de mi estirpe
y odié el vago rumbo
que me hicieron seguir.
O tal vez fue el delirio
el que me incitó a caminar por los infiernos
para ver la clase de seres que hemos llegado a ser.

IV

En el afán de corregir mis males
escuché el dogma del verbo amar
y pensé en un modo de salvarme.

Me enamoré de un emblema lunar
y del vuelo nocturno,
primero del vuelo,
después del emblema.
Mas el día se ha empeñado en cegarme
alejando cada cosa de mí.

¡Maldito el día que fui condenado!
¡Maldita la hora de mi pesar!

V

En la búsqueda de libertad encontré desgracia
y una larga lista de pretextos mal pensados.
De nada me ha servido el sacrificio
si soy cual purgatorio en la espera de una solución.

VI

La materia gris grita,
pero ni los montes ni la luna escuchan.
Y la materia roja se desprende
porque no desea la desgracia que me envuelve.


VII

Al ver el destino de mi raza me pregunté:
¿Será que estamos todos condenados al no-amor?
¿O es sólo el orgullo,
cruel amigo de los hombres,
el que prohíbe una elección sana?
¿Hasta dónde llega el verbo y dónde el dolor da inicio?

VIII

No encontré respuestas.
Y al recordar mi vida, mi maldición,
un diluvio eterno se apoderó de mi rostro.

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