En medio de la niebla
me vi muerto, eludido,
con la noticia de mi soledad
en primer plano.
Entonces debí ascender al firmamento,
pero estaba atado a las gemas de la Tierra:
¡adoro las Esmeraldas!,
ese brillo calmado y paciente
que alumbra la delgada imagen.
Tampoco me atrevía a entrar
en la jungla de colores
por miedo a perderme en sus encantos.
Permanecí sentado en el vacío
esperando el momento de morir
y volver al suelo.
Al alzar la mirada...
¡un golpe directo al sistema nervioso!
Sólo así desprendí mis pies
y avancé con cautela
mirando al cielo nocturno,
a esa negrura que absorvía las estrellas.
Fue un ave de gran tamaño
la que guió mis pasos fuera del paraíso
para abandonarme en el desierto.
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