31 de enero de 2008

ALCIDES, ALANIS Y NABIL

Era un día solitario. Todo resonaba bajo los truenos del cielo y el golpeteo de las olas contra las rocas. Una brisa fresca llegaba a mí, pero no así el canto del mar que anuncia el alba, más bien era el quejido de un muerto…
No pude distinguir la figura que se acercaba a mí hasta que su mano se posó en mi hombro. En ese instante el corazón me latió más deprisa pues la gelidez de esa piel hizo que mi cerebro recreara formas de ultratumba. Pero ella estaba más viva que nunca.
Me dijo que todo estaba hecho y ya nada debíamos temer, así que la tomé de la mano y comenzamos a caminar entre la niebla hacia la playa. Entonces recordé lo ocurrido desde el inicio, tres años atrás.
Mi mejor amigo acababa de terminar su carrera, yo tenía por delante unos cursos más. Nuestro sueño era viajar a la costa y allí establecernos, pero no teníamos dinero suficiente para comenzar dicha aventura, así que acordamos lo siguiente: mientras yo terminaba mis estudios él trabajaría para ahorrar lo necesario, por mi parte yo buscaría un empleo de medio tiempo. A este proyecto se unió mi novia, que ya trabajaba desde tiempo atrás, y fue ella quien ayudó al nuevo licenciado a encontrar su fuente de ingresos.
Cuando al fin terminé mis estudios, habíamos juntado una cantidad considerable que nos permitiría vivir a los tres holgadamente algún tiempo. Entonces vendimos lo que no necesitaríamos y nos fuimos de allí. Para no hacer tanto gasto, tomamos las mochilas y sin nada más salimos.
Después de la primera jornada me percaté de que la confianza y unión entre mi novia y mi mejor amigo era muy estrecha, más de lo que me imaginaba, pero no dije ni hice nada. Fue hasta el segundo día que la emoción de la aventura traicionó al que hasta entonces consideraba como mi hermano: se había enamorado de mi novia. No podía culparlo porque ella era hermosa y el mi amigo. Mas esa noche hablé con él cuando ella se durmió, pero la conversación subió de tono y comenzamos a discutir. Sin embargo las palabras no bastaron y recurrimos a las manos, las ramas y todo aquello que estuviera a nuestro alcance.
Entonces despertamos a mi amada y tras gritarnos logró controlar la situación. La pusimos al tanto de la circunstancias y se quedó mirándolo con enojo. Le explicó que ella estaba conmigo y no podría evitarlo, pues esa era su decisión. Y todos nos acostamos separados por un par de metros de distancia.
Al despertar los dos ya habían preparado todo para el viaje y con prisa me levante. Cerca del mediodía divisamos la línea del mar en el horizonte. Nos dimos prisa y para el anochecer ya estábamos allí. Colocamos el campamento y fue entonces cuando él intentó golpearme con una roca. Mi novia llegó en mi auxilio. Durante las horas siguientes intentamos darle caza en medio de la oscuridad guiado por antorchas y los ruidos nocturnos. Nos separamos.
Después de mucho vagar, la escuché gritar y corrí hacia ella. Entonces alcancé a ver la antorcha que llevaba en medio de una niebla espesa, era apenas un punto de luz, me apresuré y llegué hasta donde luchaban. Cerca había un desfiladero y fue hacia allá donde empuje a mi actual enemigo. La claridad me indicó que el alba estaba llegando, pero la niebla me impedía ver más lejos.
Era un día solitario. Y todo resonaba bajo los truenos del cielo y el golpeteo de las olas contra las rocas. Una brisa fresca llegaba a mí, pero no así el canto del mar que anuncia el alba, más bien era el quejido de un muerto…
No pude distinguir la figura que se acercaba a mí hasta que su mano se posó en mi hombro. En ese instante el corazón me latió más deprisa pues la gelidez de esa piel hizo que mi cerebro recreara formas de ultratumba. Pero ella estaba más viva que nunca.
Me dijo que todo estaba hecho y ya nada debíamos temer, así que la tomé de la mano y comenzamos a caminar entre la niebla hacia la playa. Entonces recordé lo ocurrido desde el inicio, tres años atrás.
Volteé para besar el bello rostro a mi lado, pero ella se alejó unos pasos. Antes de que pudiera saber lo que ocurría sentí un fuerte golpe en la nuca y caí. En medio de la agonía alcancé a escuchar la voz del hombre que suponía muerto: “Funcionó el truco del desfiladero”. “Sí, fue una suerte que lo encontraras –dijo mi novia con voz suave y llena de complicidad-, ahora sí podremos estar juntos después de tanto tiempo”. “¡Mira, aún vive!” “Yo lo arreglo”. Escuché los pasos sobre la arena, la suavidad de la piel tantas veces mía acarició mi rostro por última vez. Luego otro golpe y no supe más.

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