26 de octubre de 2006

NOCHE DE ANFIBIOS

La brisa humedecía el rostro del pequeño incauto. Su mirada se había extraviado hacía media hora entre las nubes que se fueron cerrando hasta dejar caer la fina cortina de cristal, entonces su pensamiento regresó al presente. El sol dormía detrás de los cerros y la luna lloraba en su celda de muros negros unida a sus hijastras que brillaban tenuamente cuando los ojos de ambar parpadearon de nuevo.
Un grito salido de las cavernas de su cuerpo espantó a la brisa haciendo que se alejara. El antes orgulloso guerrero de los mares ahora desafiaba los peligros de la tierra en medio del desierto y se había extraviado. Su desesperado corazón añoraba la calma del océano cuando ofrendaba al Dios Crustáceo y a la Diosa Invertebrada. Pero allí, en ese mar amarillo, ¿a qué dioses implorar el regreso a casa?
Entonces surgió de la nada una criatura para él desconocida. Llevaba en el rostro pálido una mirada inquisitoria que lo desnudaba de pies a cabeza para averiguar quién era el sujeto que penetraba su territorio. Se trataba de una cazadora de la Diosa Reptil y del Dios Artrópodo. Tenía una fuerte armadura de algodón que la protegía, lanza, escudo, arco y flechas envenenadas, así como un vestido que volaba con el viento, lo que contrastaba con el parco atuendo del hombre consistente de un traje ajustado, un escudo y un cuchillo sin filo.
Al principio las armas fueon empuñadas, pero pronto descubrieron ciertas similitudes entre ellos y cambiaron los golpes por palabras. Ambos contaron acerca de sus mundos y se dieron cuenta de la poca diferencia que existía a pesar de parecer tan contrarios. El primero había abandonado a los suyos por la falta de fe que la gente tenía en los Dioses Marinos; la segunda había hecho lo mismo por exceso de la misma. Una vez terminado el largo repertorio de acontecimientos decidieron unir sus religiones -que ya eran una- y se retiraron a vivir a la costa rodeada por las dunas, allí encontrarían la armonía entre uno y otro mundo.
Tomaron la vereda de las langostas hasta terminar en la bahía de los paquidermos, a los que tuvieron que cazar. Por fin se establecieron y esperaron el celaje en el ocaso. Era de noche cuando cada uno ofrendó al Dios Anfibio lo más preciado que poseía. Y la brisa que volvía fue testigo de una unión consagrada al amor. ¿Por qué amar a la Tierra y al Agua por separado cuando en su unión está la verdadera vida?

2 comentarios:

Ana Corvera dijo...

una historia épica enmedio de la naturaleza, sin duda la recreación de una atmósfera peculiar, invasora de los sentimientos. ¿por qué será que los anfibios se han vuelto el vehículo de los sentimientos? un abrazo de rana :)

Sandra Becerril dijo...

Me costó trabajo leerte por el fondo azul, pero lo logré... una historia envielta en verde.. croak